lunes, 28 de junio de 2010

Venganza llama a Venganza

1ª PARTE: Entre las ruinas.

- Te querré siempre –susurró Gonzalo.


El viento que agitó durante todo el día las hojas de los árboles, se había convertido ahora en una suave brisa otoñal que mecía delicadamente sus ramas, ya casi desnudas. Transportaba en su ir y venir aromas de mieses recién segadas, de campos desnudos, despojados de sus frutos que durante aquel largo y cálido verano de 1615 habían madurado con paciencia y mimo. Así como lo había hecho el amor de aquellos dos niños, que, ajenos a las estaciones jugaban a ser adultos.



Sus cuerpos entrelazados, desnudos, tumbados sobre aquellas reliquias, antaño nervaduras de altas bóvedas y que ahora yacían olvidadas, testigos mudos de su amor, el cielo su techo.



- Y yo a ti. -contestó la muchacha en un susurro.



Gonzalo recorrió con las yemas de sus dedos los tersos muslos de Margarita, sus labios buscaron su boca, su sabor le hizo suspirar y deseó no tener que respirar nunca otro aliento que no fuera el de ella. Gonzalo mordisqueó suavemente sus pechos despertándole oleadas de placer y la muchacha no pudo evitar que una miríada de recuerdos acudiera a su mente



… Gonzalo y ella intercambiándose el amuleto, la promesa de amor que Margarita le regaló.

… Gonzalo y ella paseando cogidos de la mano caminando hacia la escuela.

… el primer beso, las primeras promesas, las primeras caricias inocentes convertidas ahora en ansias de pasión. Margarita arqueó la espalda al sentir como el sexo de Gonzalo se rozaba contra su vientre. El movimiento hizo que el muchacho tensara sus brazos para separarse ligeramente de ella, no sabía cuánto tiempo más podría aguantar, pero Margarita flexionó las piernas enlazándose ávidamente alrededor de las caderas del muchacho y atrayéndole hacia ella.




- Te amo - musitó ella mientras lamía su torso.



Apretó más firmemente su cuerpo contra el de ella y enterró su rostro en su cuello, besándolo apasionado, mordisqueándolo, atrapando pliegues entre sus labios, succionando su esencia, incapaz de satisfacer su anhelo de ella. Quería llenarse de su sabor, inundarse de su olor, hacerla suya, fundirse en su ser, respirar su mismo aire, demostrarle que se pertenecían el uno al otro.



Gonzalo se hundió en los ojos de Margarita y vio reflejado en ellos el mismo amor que el sentía. Besó sus párpados y ella le correspondió dejando escapar un prolongado gemido.

Margarita separó sus rodillas y el sintió la suavidad con la que penetraba en ella. El mundo desapareció por completo de su mente y sólo quedó el placer, el sentirla debajo acoplándose a sus movimientos, siguiéndole en el éxtasis.





La luna ya ascendía sobre el horizonte cuando al fin decidieron que era hora de vestirse, no querían abandonar aquel lugar pero sabían que pronto sus padres empezarían a preocuparse y no querían tener que dar explicaciones.

- ¿Nos veremos mañana? - preguntó una ahora tímida Margarita.

- ¡Por supuesto!- sujetó la cara de ella entre sus manos- .Y pasado mañana y el día después de mañana. Estaremos siempre juntos.

- Tengo tanto miedo, Gonzalo, no puedo imaginar la vida sin ti. Hasta esta tarde no estaba segura.

- ¿Qué no estabas segura de qué? Sabes que siempre te he querido.

Ella se apartó y le dio la espalda. Su tono de voz había cambiado.

- ¿Y qué pasa con Lucrecia?



Él se envaró. ¿Qué era lo que sabía Margarita?, ¿acaso sabía algo de la turbación que le había herido cada vez que Lucrecia y él estaban solos? ¿Tan evidentes eran los sentimientos que despertaba en él la muchacha? Aquellas palabras de Margarita le hicieron recordar las dudas que hasta sólo unas horas antes le habían oprimido el alma. Todo aquello volvió a su mente, pero lo deshecho en seguida. Margarita no podía sospechar de la existencia de aquellas dudas que ya no le atenazaban el corazón. No podía permitir que ella sufriera por algo que ya no existía.

- ¿De qué hablas? ¿Qué sucede con Lucrecia?

- He visto cómo os miráis…

- Date la vuelta Margarita, y mírame- le exigió-. Tú eres la única a la que quiero. Creí que lo de esta tarde te lo demostraría.

- No lo puedo evitar Gonzalo, ella es tan hermosa, está siempre tan segura de sí misma y siempre consigue lo que quiere. Y en cambio yo… soy tan poca cosa a su lado…

- Pero ¿ qué estás diciendo?- Sujetó su barbilla para obligarla a mirarle a los ojos.- Te amo Margarita, solamente te amo a ti y algún día me casaré contigo, te lo prometo. No pienses más en ella, no dejes que arruine nuestra felicidad.



Margarita abrazó a Gonzalo, quería creerle pero sabía que aquella sensación seguiría atormentándola.


- Te querré siempre –susurró Gonzalo.





2ª PARTE: El Noble. 

El otoño que ese año había llegado con toda su fuerza a la Villa no impedía que Lucrecia y su hermano Simón estuvieran a aquellas horas en el patio de la casa. Su padre, un modesto comerciante a quien el negocio no parecía irle del todo mal, gozaba de cierto renombre entre los vecinos, pese a su humilde condición. Tras la fila de pelados rosales que recibían al visitante, al lado del rústico portón de ajada madera se detuvo un soberbio carruaje, a pocos metros de donde ambos jóvenes se entretenían.


Empezaba a ser habitual la visita del Marqués de Santillana a su padre, Lucrecia pensaba que debían de estar ultimando los detalles de algún jugoso negocio, pues su padre parecía más contento de lo normal y le sorprendía constantemente observándola.





Cuando se abrieron las puertas del carruaje bajó el Marqués, pero sus lacayos no cerraron la puerta pues un segundo hombre descendió los peldaños del vehículo. Era joven y apuesto, quizá de la misma edad que Lucrecia, unos catorce años, y sus elegantes vestimentas de un verde oliva brillante denotaban su pertenencia a la clase noble.



- Buenas tardes Lucrecia – Saludó el Marqués a la joven-.Permíteme que te presente a mi buen amigo Rodrigo, Conde de Olmedo quien pasará unos días en palacio.



Lucrecia hizo una reverencia y saludó cortés. El Marqués entró en la casa mientras su acompañante se dirigió a Lucrecia.



- Ayer te vi, acompañabas a una muchacha morena, bellísima.

- Creo que os referís a Margarita. No es tan bella de cerca, si me permitís la observación.



El Conde rió sonoramente.

-Vaya, denoto ciertos celos en tus palabras. De todas maneras espero tener la oportunidad de que algún día me la presentes- Lucrecia levantó la vista que hasta el momento mantenía baja, quizás avergonzada por la ironía que destilaban las palabras del Conde. Aquella conversación le incomodaba. No sabía por qué razón aquel desconocido tenía que hablarle de Margarita.-. De todas formas creo que tiene novio, ¿no?, les vi anoche paseando juntos en el camino que va hacia las ruinas de la iglesia e iban cogidos de la mano.

- ¡Qué!- exclamó Lucrecia- ¿Qué es lo que estáis diciendo?, eso no puede ser.



El Conde pudo percibir un cierto atisbo de malhumor en la chiquilla y eso le divirtió.- Creo que era el hijo del maestro, Gonzalo se llama, ¿no es cierto?



A duras penas pudo Lucrecia evitar que amargas lágrimas de rabia resbalaran por sus mejillas. Apretó los puños intentando controlar su cólera.



Quizás fue una hora más tarde cuando el Marqués con un gesto de su mano reclamó a su amigo al interior de la vivienda.







En la casa de los Montalvo el olor a leña quemada penetraba hasta el cuarto donde Marta, la madre de Gonzalo y Lucrecia discutían sobre el bordado que llevaría el pañuelo que la muchacha le había encargado. Marta era una mujer muy dulce y paciente, escuchaba las explicaciones que sus clientes le daban sobre que coser o que bordar siempre con gran atención. Así que no le costó demasiado darse cuenta de que Lucrecia estaba poco atenta y más pendiente de lo que ocurría fuera de la habitación.



En ese momento se abrió la puerta y Lucrecia se sobresaltó.

- Madre, voy a salir, volveré para la cena.

- Espera Gonzalo, tienes que acompañar a Lucrecia a su casa, ya es tarde y no es prudente que una joven ande sola por las calles a estas horas.

- ¡Pero Madre, tengo prisa!- protestó molesto.



A Marta solo le bastó levantar la vista y mirar a su hijo para hacerle callar.Lucrecia conocía bien a Gonzalo y sabía por su tono de voz que estaba realmente contrariado.La cita debía ser con alguien importante para el muchacho y Lucrecia sabía perfectamente de quien se trataba.



Decidió jugar bien sus cartas retrasando al máximo su salida de aquella casa y no dudó en hacer repasar a Marta cada una de las puntadas de aquel bordado hasta darse por satisfecha con el resultado.


 

3ª PARTE: Lágrimas de ira.

Margarita se levantó y volvió a pasear cada vez más nerviosa, empezaba a anochecer y mil sonidos distintos herían el silencio pero ninguno era el que ella deseaba oír. Volvió a sentarse sobre el muro semiderruido de la ermita. El graznido de un cuervo en su furioso aleteo hacia los restos del campanario asustó a la muchacha que de nuevo se levantó inquieta y se arrebujó en su toquilla como si aquel gesto le pudiera proteger.


Sabía que se acercaba el momento de marcharse pero su corazón se resistía a creer que Gonzalo no fuese a acudir a su cita.

Sintió con vergüenza como se ruborizaba y como la piel de la nuca se le erizaba al recordar las manos de Gonzalo descendiendo por sus pechos para llegar a su pubis. Apretó con más fuerza el chal contra su cuerpo presa de aquel momento de turbación. Las recurrentes dudas volvieron a asaltarla, la explicación de Gonzalo no le había dejado satisfecha. No pudo evitar pensar si no sería que ya había conseguido de ella todo lo que buscaba, ¿se le habría entregado demasiado pronto? No sería eso todo lo que Gonzalo había querido de ella y al obtenerlo había perdido interés? ¿Serían todas las palabras que ayer le regalo huecas mentiras? ¿No había hecho quizá lo mismo otras veces? ¿No lo estaría acaso haciendo ahora?...







Caminaban en silencio. Miles de olores provenientes de los hogares en los que poco a poco las familias se iban recogiendo, se escapaban de los fogones, perfumando el aire con una mezcla de ricos aromas. Avanzaban agitados, uno al lado del otro por las empedradas callejuelas oscuras. Lucrecia apretó el paso para alcanzar a Gonzalo, teniendo cuidado de no tropezarse en los resbaladizos adoquines. Las escasas ventanas abiertas dejaban escapar breves girones de luz de vela, insuficiente para que la muchacha pudiera mantener el paso que Gonzalo le marcaba.



- ¡¡ Ve más despacio, por favor Gonzalo!!- Dijo la muchacha casi sin aliento- ¿a qué viene tanta prisa?



Gonzalo se detuvo al oír la protesta de la joven.

Al girarse, Lucrecia vio con fastidio que en los ojos del muchacho se dibujaba un anhelo que no iba dirigido a ella. Pudo también ver un atisbo de impaciencia y fastidio y comprendió de golpe que de esos sentimientos era ella culpable, aquella revelación le traspasó el corazón y se le clavo en el alma como un puñal envenenado. El dolor y la desilusión eran tales que de poco sirvió que Gonzalo le suplicara que no se detuviera. Lucrecia agarro con decisión la manga del chico que en ese momento se giraba para reemprender la marcha.



- ¿No será Margarita con quien tienes esa cita, verdad?- no pudo evitar que su voz sonara diferente… desnuda.

- No creo que sea de tu incumbencia- Le espetó sin dar más explicaciones.

- No sé por qué dices eso….- protestó- Margarita es mi amiga también, quizá tenga algo que decirle, algo importante, algo que tú no sepas y que a ella le interese…

- Lo dudo- comenzó a decir Gonzalo, pero antes de que pudiera acabar, Lucrecia le interrumpió.

- Decirle que alguien quiere conocerla… - Supo entonces que había conseguido captar la atención del muchacho.

- ¿Y quién es ese alguien?- preguntó ahora ya interesado.

- No creo que le conozcas… es un noble.

¿Y que puede querer un noble de Margarita?, que yo sepa no conoce a ninguno.

- Si, pero el Conde de Olmedo se ha fijado en ella y se ha propuesto conquistarla…



Unas pisadas hicieron volverse a Margarita que ya abandonaba las ruinas.

- Gonzalo, ¿eres tú?

Una voz contestó:

- ¿Margarita?

Ella no reconoció aquella voz, pausada y elegante, y aún más le extrañó oír su nombre.

- ¿Quién anda ahí?-.Preguntó nerviosa.



Una sombra asomó entre las columnas. La distinguida figura quedó recortada contra la tenue luz de la luna.

Margarita estaba segura de no conocerle y tropezó al intentar alejarse del caballero pero él la sujetó del brazo antes de que pudiera caer sobre las piedras.

- Tranquila Margarita, no quiero hacerte daño.

- ¿Cómo sabéis mi nombre?- Dijo ella intentando liberarse de la mano del desconocido.-¿Quién sois?

- Soy Rodrigo, Conde de Olmedo y no me conoces porque llevo poco en la Villa. Me alojo con el Marqués de Santillana.

- Pero… ¿Cómo sabéis mi nombre?

- Porque ayer en el mercado vi que una muchacha te llamaba así.

- Si, tenéis razón, era mi hermana Cristina.

- Lamento haberte asustado. Pero estabas esperando a alguien ¿verdad?, me llamaste Gonzalo. Es el hijo del maestro, ¿no? Le acabo de ver paseando del brazo de una joven de cabello castaño.







Gonzalo empezó a caminar aún más deprisa, su mente fija en reencontrarse con su amada, volver a abrazarla, hacerle el amor de nuevo, sentir su piel y que el malhumor provocado por las insidiosas palabras de Lucrecia se desvaneciera como un mal sueño. Quedaban ya apenas unos pasos para alcanzar el dintel donde ya no sería descortés dejar a Lucrecia y echar a correr hacia las ruinas. – ¡Ojalá que Margarita no se haya cansado de esperar!- deseó anhelante y con el corazón desbocado por las imágenes que su imaginación, espoleada por los comentarios de Lucrecia, se empeñaba en ofrecerle.

Cuando alcanzó el portón de la casa de Lucrecia se volvió para comprobar si ella le seguía y descubrió con fastidio mal disimulado que había vuelto a detenerse.

La luz caía directamente sobre el rostro de la muchacha, iluminando sus mejillas arreboladas. Con un suspiro de resignación Lucrecia dio dos pasos hacia la puerta y se colocó de frente a Gonzalo dispuesta a despedirse de una vez por todas.

Cuando elevó los ojos hacia el muchacho vio a lo lejos una figura que rápidamente se ocultó tras una esquina, pero no sin que antes Lucrecia supiera de quien se trataba. Era su última oportunidad.



- Estoy segura de que a mi padre le alegrará saludarte, hace mucho que no nos visitas- Lucrecia jugaba sus cartas con dulzura.- ¿Recuerdas cuantas horas pasábamos jugando aquí cuando éramos niños? todos juntos…

- Lucrecia, sabes que somos amigos y que nunca podré olvidar nuestra infancia, pero… ¡de verdad!, tengo prisa.- Dijo Gonzalo separándose con determinación de ella.- Dile a tu padre que ya vendré otro día, que hoy ya se me ha hecho demasiado tarde.

- Es cierto Gonzalo, perdóname, te estoy entreteniendo.- y con un inesperado y sensual movimiento se alzó de puntillas para darle un suave e inocente beso en la mejilla, un beso que probablemente duró un segundo más de lo necesario y que volvió a desconcertar a Gonzalo.- Buenas noches.- le susurró rozando con sus jugosos labios el mechón de pelo que cubría el oído del muchacho.

En su rostro una sonrisa inocente y en sus labios el sabor de un deseo. Ni una palabra más salió de su boca. Lucrecia satisfecha entró en la casa, cerrando tras de sí la puerta con un suave empujón.





Lágrimas de ira y frustración velaron su visión, sus pupilas dilatadas por la incredulidad. Tuvo que parpadear para poder aclarar su mirada, espectadora obligada de una traición. Para no caer, Margarita tuvo que apoyarse en la pared que la ocultaba.

Rodrigo no se había confundido al decirle que Gonzalo estaba con otra mujer, ya no podría engañarse más a sí misma, todo había sido un juego para él .La confirmación de sus peores temores hecha materia, Lucrecia y Gonzalo juntos.



Una mezcla de rabia y dolor le dominaban y le impedían razonar con claridad y echó a correr.





4ª PARTE: El desenlace.

Gonzalo permaneció aún unos instantes frente al portón, desconcertado por la despedida de Lucrecia, sin alcanzar a comprender el motivo de aquel gesto, ese sensual beso, pese a que siempre había sabido de los anhelos y deseos de la que desde pequeños consideró una amiga .




El ladrido de un perro que rompió el silencio en la noche le despertó de su ensimismamiento y aún turbado empezó a caminar hacia el lugar donde le esperaba Margarita.




Todas las calles se le antojaban iguales, cualquier camino que pudiera tomar formaba parte de un laberinto que de la nada había surgido para confundirla aún más…. Sólo sabía que necesitaba alejarse de allí y destrozada corrió a buscar refugio en el único lugar en el que creyó haber encontrado la verdadera felicidad. El lugar en donde Gonzalo le había jurado amor eterno. .. El mismo lugar en el que minutos antes un desconocido la ayudó cuando estuvo a punto de caer.



La espera, el ver a Gonzalo besarse con Lucrecia, el huir para no ser vista…fueron quizás demasiadas emociones y Margarita se derrumbó. Unos fuertes brazos protectores evitaron de nuevo su caída y sostuvieron su cuerpo inerte. Durante los escasos segundos en que Margarita perdió el sentido, Rodrigo, asustado la protegió contra su pecho, preguntándose cual había sido la causa por la que Margarita había vuelto en aquel estado a aquel desolado rincón.



Cuando Margarita abrió los ojos lo primero que vio fue a Rodrigo y su primer impulso fue levantarse. Se llevó la mano al pecho instintivamente, al sentir con sorpresa que los cordones de su corpiño habían sido aflojados.



Margarita, ya de pie, elevó hacia él sus ojos anegada en lágrimas:



- ¡Rodrigo! ¿Qué ha ocurrido?, ¿Qué haces tú aquí?

- Eso te iba a preguntar yo… cuando saliste corriendo pensé que ibas a reunirte con Gonzalo. ¿Es que te ha hecho algo? ¿Que te sucede, tienes algo, niña?- intentó averiguar el conde.- ¿Porqué lloras?

- No, no, no ha ocurrido nada, no os preocupéis, simplemente es que me asusté-mintió Margarita intentando sin conseguirlo detener el torrente de lágrimas que resbalaban por sus mejillas y humedecían sus temblorosos labios.



Rodrigo volvió a ceñirla con sus brazos. Tomó lentamente la barbilla de la muchacha con su mano para poder contemplar la triste oscuridad de su mirada, acercando su rostro al de ella y secó suavemente con sus labios aquella salada humedad, tímidos al principio y más atrevidos al ver que la muchacha no oponía resistencia. Aunque Margarita permanecía de pie dejándose sostener por aquel hombre, no era realmente consciente de lo que estaba ocurriendo, llevada por el dolor de la traición permitió que los labios de Rodrigo llegasen a tocar su boca y se convirtieran en los dueños de su voluntad.



EL dolor de su quebrantada alma comenzó a disminuir con cada uno de aquellos besos, uno a uno fueron el antídoto que frenó el veneno e hicieron emerger a Margarita de nuevo a su amarga realidad, y descubrió, ofuscada, que su cuerpo tenía vida propia y era capaz de responder , de sentir y de apreciar la sensualidad que la envolvía, que su alma lloraba por dentro desgarrada de dolor clamando venganza, que había perdido la inocencia del primer amor para siempre y que los otros amores que en su vida vendrían sólo servirían para olvidar el primero.

Al fin, con los ojos secos de lágrimas, observó a Rodrigo. Sin pronunciar palabra, pues no eran necesarias declaraciones de amor ni vanos verbos ni promesas. Le correspondió entonces con un beso que nunca creyó poder regalar a nadie, un beso vacio pero dulce con agradable sabor a venganza.



Un único beso, ofrecido sin amor, un único testigo que creyó morir al verlo.

Gonzalo no quiso ver nada más ni oír explicación alguna. No necesitó que Margarita hablase ni que Rodrigo se defendiera. Se precipitó sobre ellos y arrancó al desconocido de los labios de Margarita. Fue tal la violencia con la que Gonzalo se lanzó contra Rodrigo que casi le hizo caer.



Aún recomponiéndose de su embate, Rodrigo se llevó la mano a la cintura, intentando desnudar la daga que colgaba de su cinto, pero le resultó tarea inútil. Gonzalo al adivinar sus intenciones, con un furioso movimiento hizo que cayeran dueño y daga al suelo.

- ¿Qué significa esto?- Preguntó el muchacho desencajado mirando por primera vez a Margarita. Intentando encontrar en ella cualquier justificación a todo aquello.

- ¡No tienes ningún derecho a hacer esto, Gonzalo!, ¡Para!- Margarita se agachó para ayudar a Rodrigo a ponerse en pie.- ¡Te has vuelto loco!

Pero Gonzalo no oía a Margarita, sólo atendía al latido de su corazón desbocado. Y no veía más que a aquel ladrón besándola y rompiendo en mil pedazos sus votos de amor eterno que hacía tan pocas horas se habían intercambiado.

- ¿Estás bien?...-Preocupada, Margarita ayudó a Rodrigo. -¡Dios mío, Gonzalo! ¡He sido yo! ¡Yo le he besado a él! – Mientras hablaba, Margarita sujeto con las dos manos a Gonzalo- os vi a ti y a… ¡Noooo!- en ese instante Rodrigo aprovechó la momentánea distracción de Gonzalo. Desenvainó su daga y con un movimiento inesperado hirió al chico en el costado, quien cayó de rodillas llevándose la mano a la herida.

- Veamos ahora si eres tan hombre, ¡levántate!

- Le has herido... ¡déjale!, ¿no ves que no va armado?, ¡no era necesario!-Margarita interpuso su cuerpo entre ambos, sabiéndose responsable de aquel inesperado desenlace.

Gonzalo rechazando las manos que Margarita le tendía como auxilio se levantó, dirigiéndose desafiante al noble.

- Si quieres luchar de verdad, mañana, antes del amanecer sobre estas mismas piedras.

- Aquí estaré. Espero que ese rasguño no te impida acudir o tendré que pensar que eres un cobarde.

Dirigiendo a ambos una mirada cargada de desprecio, Gonzalo se alejó.



Antes de que las luces del alba despuntaran sobre el horizonte, Lucrecia se arrebujó en su mantón y se calzó sus zapatillas. Se dirigió al portón de la casa, impaciente, sujetando con cuidado la aldaba para no alarmar a los que dormían en el interior. Corrió a través de la rosaleda y se dirigió a la verja del jardín. El hombre ya la estaba esperando.

- Todo ha salido según lo planeaste.

En la cara de la chica se dibujó una sonrisa de satisfacción.

- Pero hay algo con lo que no contábamos, me ha retado a duelo, y el honor me impide no acudir.

- ¿Qué?

- No te preocupes, prometo que no correrá peligro-. Afirmó Rodrigo, seguro de sí mismo.




FIN

1 comentario:

Eclipse dijo...

Degustando nuevamente los sabores que antaño se me hicieron miel en los labios, vuelvo a agitarme ante la lectura directa, elegante y sincera de estas dos maravillosas escritoras...plena de suavidad y sensibilidad........

Me hacéis suspirar, chicas.......